Pasó eternos minutos frente a ella, intentando pensar. Buscó en su entorno algo que le diera una idea, que lo iluminará. Aunque sea que ilumine por donde empezar, no pedía que le mostrarán todo el camino, solo el primer paso.
Una y otra vez lo intentó, buscando el momento oportuno, el más propicio para lograr transformar el mundo. Siempre supo que no sería fácil.
Trató con algo vago, con un objeto banal, cualquier cosa servía, lo primero que encuentre. Comenzó por su forma, su altura, sus colores. Luego lo creyó insuficiente y siguió por su textura y su aroma, su comportamiento frente a la brisa que lo acariciaba. No alcanzó.
Decidió entonces que todo lo anterior era su presente, así que también se sumergió en su pasado para ver romper la semilla y proyectó en las profundas ramificaciones del futuro que llegaban alto, abrigaban los sueños de quien dormía en su suelo. Y no bastaba.
Ella seguía ahí, tan tranquila, tan blanca, y sus posibilidades infinitas.
Otra vez, los minutos eternos, insuficientes para transformar el mundo en palabras, a ellas en tinta, a la tinta en historias, que sean semilla en vos con ramas fuertes hacia el porvenir.
Otra vez mira ese Jacarandá, sueña. Y la hoja frente a él, blanca, serena.